A menudo las personas no católicas, o no practicantes del catolicismo, acusan a la Iglesia de reprimir los instintos de los fieles y enseñarles que el sexo es algo malo, sucio y desagradable a Dios.
El filósofo de la nada Federico Nietzsche llegó a afirmar que “exhortar a la castidad constituye una incitación pública a ir en contra de la naturaleza”. Seguramente Nietzsche nunca entendió las enseñanzas bíblicas sobre la sexualidad ni comprendió la doctrina de la Iglesia. Si lo hubiera hecho, quizá los últimos once años de su vida no habrían transcurrido en la más penosa locura provocada por la sífilis.
Leyendo a Mary Beth Bonacci reafirmo la visión estupenda que la Iglesia tiene de la sexualidad. Cuando Dios hizo el mundo, todo lo hizo muy bueno, dice el libro del Génesis, y en la creación estaba incluida la sexualidad. Pero el sexo no sólo es algo bueno, sino algo increíblemente bueno. Dios hizo al mundo para poblarlo de personas, de seres individuales, únicos e irrepetibles. De cada uno de ellos Dios está perdidamente enamorado y quiere compartirles a todos la vida eterna. Cuando dijo “Llenen la tierra y multiplíquenla”, el Señor no hablaba de plantar geranios por todas partes, sino de poblarla de seres humanos a los que Él amaría con locura para llevarlos al cielo.
Sabemos que no es la cigüeña –esa leyenda de los antiguos pueblos germánicos– la que trae los bebés al mundo. Nuestro origen es el acto sexual entre el hombre y la mujer. Dios diseñó un sistema llamado “familia” para que entráramos en la existencia. En este sistema el hombre y la mujer se aman de tal manera que deciden pasar juntos el resto de sus vidas, viviendo en la misma casa, durmiendo en la misma cama, yendo de vacaciones juntos. Para querer pasar toda la vida con alguien se necesita, de verdad, un amor muy grande.
Cuando una pareja se casa por la Iglesia no sólo realizan el acto jurídico de contraer matrimonio. Están haciendo de su amor un sacramento donde Dios transforma a los esposos. Une sus almas de tal manera que los dos se convierten en uno. Y en la noche de bodas hacen algo muy importante. Se entregan uno al otro sexualmente para expresar con sus cuerpos lo que se dijeron frente el altar. Si ante Dios entregaron sus vidas, en la unión sexual hacen real y visible esa entrega.
Una vida humana tiene su origen en ese acto de amor. En él, Dios se hace presente para realizar su acto creativo favorito: la creación de un ser humano completamente nuevo hecho a su imagen y semejanza. A través del sexo, del lenguaje del amor y del compromiso, una nueva vida entra en el mundo. El resultado de todo esto es una nueva familia.
Dios nos trae al mundo a través de la familia por una razón. Creó a la familia para que ésta fuera el medio para que el hombre aprenda el camino para ser feliz en la vida. El camino es la donación. No nacimos para satisfacer únicamente nuestras necesidades, sino para amar y buscar el bien de los demás. Los padres trabajan, educan a sus hijos y los llevan a hacer deporte por el bien de sus pequeños, no de ellos mismos. Y los niños, ayudando en casa y apoyándose entre ellos, aprenden a buscar el bien de los demás y a contribuir a la unidad de la familia.
Mientras que la cultura actual ve el sexo sólo como la obtención de un placer egoísta, la Iglesia Católica lo mira como algo grande y sagrado al servicio de la familia. Las familias nacen y se sostienen por el amor, y se forman a través del sexo. Por eso los católicos afirmamos que el sexo no sólo es bueno, sino algo increíblemente bueno.
El filósofo de la nada Federico Nietzsche llegó a afirmar que “exhortar a la castidad constituye una incitación pública a ir en contra de la naturaleza”. Seguramente Nietzsche nunca entendió las enseñanzas bíblicas sobre la sexualidad ni comprendió la doctrina de la Iglesia. Si lo hubiera hecho, quizá los últimos once años de su vida no habrían transcurrido en la más penosa locura provocada por la sífilis.
Leyendo a Mary Beth Bonacci reafirmo la visión estupenda que la Iglesia tiene de la sexualidad. Cuando Dios hizo el mundo, todo lo hizo muy bueno, dice el libro del Génesis, y en la creación estaba incluida la sexualidad. Pero el sexo no sólo es algo bueno, sino algo increíblemente bueno. Dios hizo al mundo para poblarlo de personas, de seres individuales, únicos e irrepetibles. De cada uno de ellos Dios está perdidamente enamorado y quiere compartirles a todos la vida eterna. Cuando dijo “Llenen la tierra y multiplíquenla”, el Señor no hablaba de plantar geranios por todas partes, sino de poblarla de seres humanos a los que Él amaría con locura para llevarlos al cielo.
Sabemos que no es la cigüeña –esa leyenda de los antiguos pueblos germánicos– la que trae los bebés al mundo. Nuestro origen es el acto sexual entre el hombre y la mujer. Dios diseñó un sistema llamado “familia” para que entráramos en la existencia. En este sistema el hombre y la mujer se aman de tal manera que deciden pasar juntos el resto de sus vidas, viviendo en la misma casa, durmiendo en la misma cama, yendo de vacaciones juntos. Para querer pasar toda la vida con alguien se necesita, de verdad, un amor muy grande.
Cuando una pareja se casa por la Iglesia no sólo realizan el acto jurídico de contraer matrimonio. Están haciendo de su amor un sacramento donde Dios transforma a los esposos. Une sus almas de tal manera que los dos se convierten en uno. Y en la noche de bodas hacen algo muy importante. Se entregan uno al otro sexualmente para expresar con sus cuerpos lo que se dijeron frente el altar. Si ante Dios entregaron sus vidas, en la unión sexual hacen real y visible esa entrega.
Una vida humana tiene su origen en ese acto de amor. En él, Dios se hace presente para realizar su acto creativo favorito: la creación de un ser humano completamente nuevo hecho a su imagen y semejanza. A través del sexo, del lenguaje del amor y del compromiso, una nueva vida entra en el mundo. El resultado de todo esto es una nueva familia.
Dios nos trae al mundo a través de la familia por una razón. Creó a la familia para que ésta fuera el medio para que el hombre aprenda el camino para ser feliz en la vida. El camino es la donación. No nacimos para satisfacer únicamente nuestras necesidades, sino para amar y buscar el bien de los demás. Los padres trabajan, educan a sus hijos y los llevan a hacer deporte por el bien de sus pequeños, no de ellos mismos. Y los niños, ayudando en casa y apoyándose entre ellos, aprenden a buscar el bien de los demás y a contribuir a la unidad de la familia.
Mientras que la cultura actual ve el sexo sólo como la obtención de un placer egoísta, la Iglesia Católica lo mira como algo grande y sagrado al servicio de la familia. Las familias nacen y se sostienen por el amor, y se forman a través del sexo. Por eso los católicos afirmamos que el sexo no sólo es bueno, sino algo increíblemente bueno.
(Padre Eduardo Hayen Cuarón)
Que bonita reflexión.:..amen
ResponderBorrarGracias por regalarnos estas publicaciones Padre Hayen
ResponderBorrarMuy buen tema Sacerdote me da gusto que un sacerdote como usted se habra en este tipo de temas, ya que muchos sacerdotes les asusta hablar de este tipo de temas que tanto nos enseña y hacen falta a nostros los jovenes. ;)
ResponderBorrarla monogamia es uno de los puntos importantes, que nos diferencian de la mayoría de los animales.
ResponderBorrarQue bonita y sublime forma de explicar el acto sexual. Es una ayuda muy grande para yo poder hablar de esto con mis hijos GRACIAS
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